lunes, 9 de enero de 2012

Alpargatas sí, libros no

"Nosotros, los que usamos alpargatas, sí; ustedes, los que leen libros, no"


El 4 de junio de 1943 se produce un levantamiento de las fuerzas armadas contra el gobierno fraudulento de Ramón Castillo encabezado por un grupo de oficiales de tendencia nacionalista llamado GOU, entre los cuales estaba Juan Domingo Perón.
Este hecho histórico marcaría un quiebre en la política argentina con la irrupción de una figura que marcará los tiempos políticos por más de 30 años.
Entre los diversos actores políticos de esa época que formaban parte de aquellas viejas estructuras y se resistían al cambio estaba a los “estudiantes”, hijos de la aristocracia desplazada.
El texto que está debajo pertenece a al libro “Peronismo: filosofía política de una persistencia argentina” de José Pablo Feiman, en el que se analiza la consigna “Alpargatas si, libros no” y el rol que cumplía (y en parte aun hoy cumplen) las universidades públicas de nuestro país.




“(…) Los estudiantes son aliadófilos y sólo ven a una pandilla de nazis en el nuevo gobierno. No podían ver otra cosa. ¿Qué estudiantado era ése? Era el estudiantado de los patrones, que estudiaban para ser los abogados, los arquitectos, los ingenieros de los patrones.

Los obreros no entraban a la Universidad, que se manejaba con los valores de libertad y democracia que los aliados defendían en Europa. Atención ahora: siempre, de un modo agobiante, irrecuperable ya, se ha señalado el carácter barbárico del peronismo porque los tempranos obreros que adhirieron a su causa lanzaron la consigna Alpargatas sí, libros no. El clasismo, el culturanismo de élite de nuestra oligarquía y de nuestras clases medias (que se mueren por el ascenso social, es decir, por ser oligarcas) ve en esa consigna un desdén por la cultura.

Oigan, un obrero no entraba en la Universidad. En la Universidad están los libros. Los libros, por consiguiente, no eran para los obreros. Eran para los estudiantes, para los hijos de las clases acomodadas. Los libros los agredían. Los libros eran, para ellos, un lujo de clase, un lujo inalcanzable. Los negaron. Los negaron porque ellos, los libros, los negaban a ellos, porque estaban en manos de los estudiantes que vivando a la democracia y a la libertad y a los aliados los despreciaban como a negros incultos. Entonces dijeron: libros no.

Por otra parte, ¿qué factor de identificación tenía el pobre migrante que acababa de llegar del campo, el cabecita que sólo recibía el desdén de los cultos? Lo suyo era la alpargata. Entonces dijeron: alpargatas sí. La consigna, en suma, decía: nosotros sí, ustedes no. O más exactamente: Nosotros, los que usamos alpargatas, sí; ustedes, los que leen libros, no. Quedó entonces eso que quedó: alpargatas sí, libros no.

Era un enfrentamiento de clase y hasta de color de piel. Para colmo, para mayor irritación de los estudiantes (que, en esto, tenían razón), los torpes, filonazis militares del GOU, llenan las Universidades de profesores católicos, de ultramontanos, cultores trasnochados de esencias y de categorías aristotélico-tomistas. Todo mal. Nadie veía al sujeto que habría de protagonizar la nueva historia. (...)" 



Es interesante ver como hoy, cincuenta años después ciertos sectores “académicos” ser resisten todavía a que las universidades públicas que son sustentadas por el estado, por los trabajadores, se pongan a servicio del pueblo, por miedo que su barbarie los contamine.



Matias Zeolla
CONVERGENCIA
Nacional y Popular